viernes, 15 de mayo de 2015

La hora veinticinco


15 mayo 2015


Después de casi cinco años sin hacer ninguna entrada al blog, recomienzo, haciendo borrón y cuenta nueva. No sé hasta qué punto es conocido el libro "La hora veinticinco", del moldavoVirgil Gheorghiu. Me gustaría fijarme en algunas de las ideas que más me han gustado. La historia es dramática, dura. Un muchacho rumano, entregado falsamente como judío a un campo de trabajo (el contexto es el de la II Guerra Mundial), acaba pasando por innumerables campos, acusado en cada uno de ellos de pertenecer a un pueblo enemigo (uno diferente en cada caso: judío, rumano, húngaro, alemán). El engranaje de los sistemas es demoledor. Funciona por encima del individuo. Gheorghiu dedica innumerables párrafos a hablar de lo que llama la Sociedad Técnica de Occidente, una sociedad en la que todo funciona como una máquina perfecta, que no se equivoca (en su proceso), y en la que el hombre, el individuo, acaba desapareciendo. 
Su otro tema central es el "ciudadano", al que describe así:
“—Ciudadano es el ser humano que no vive la dimensión social de la vida. Como el émbolo de una máquina, no efectúa más que un solo movimiento y lo repite hasta el infinito. Pero, contrariamente al émbolo, el ciudadano tiene la pretensión de erigir su actividad en símbolo, de dársela como ejemplo al universo entero, de hacerse imitar por todo el mundo. El ciudadano es el animal más peligroso que ha aparecido en la superficie del globo desde el cruce del hombre con el esclavo técnico. Posee la crueldad del hombre y del animal y la fría indiferencia de la máquina. Los rusos han logrado crear el tipo más perfecto de toda la especie: el comisario” (Capítulo 16).
“Daniel permaneció en la fosa de los leones y éstos no lo devoraron —dijo Traian—. Por el contrario, él los amansó. Los hombres pueden encantar serpientes y amansar leones. Mussolini tenía dos tigres en su despacho. Los había domesticado. Los hombres pueden domar a todos los animales salvajes. Pero desde hace algún tiempo, una especie nueva de animal ha aparecido en la superficie del globo. Esa especie tiene un nombre: el Ciudadano. No viven en los bosques, ni en la selva virgen, sino en los despachos. Sin embargo, son más crueles que cualquier animal salvaje de la selva. Han nacido del cruzamiento del hombre con las máquinas. Son de especie bastarda, y sin embargo componen la raza actualmente más poderosa en la superficie de la tierra. Su rostro se parece al de los hombres, tanto, que con frecuencia se llega a confundirlos con ellos. Pero poco después se da uno cuenta de que no se comportan como hombres, sino como máquinas. En lugar de corazón tienen cronómetros y su cerebro es un engranaje. No son máquinas, pero tampoco hombres. Sus deseos son los de los animales salvajes. Así son los Ciudadanos... Extraño cruzamiento que ha invadido el mundo entero” (Capítulo 123).
En realidad no es mi intención comentar estos dos conceptos: sociedad técnica y ciudadano. O sí, en cierto modo. Hay algo en el hombre que “asusta”: su capacidad para, siendo igual a los demás hombres, ser distintos. La obligación a seguir unas pautas (a veces quienes las imponen quieren controlar, a veces quieren “seguridad personal”), la obligación a identificarse en cuerpo y alma con un proyecto (que implica un proceso), es de lo más deshumanizador y empobrecedor que existe. Cada persona es generadora de riqueza, simple y llanamente porque su “encuentro” con el mundo que le rodea es completamente singular. Y más rico será cuanto más libre. Y cuanto más “sincero”. De esto hablaré en otra entrada. Me quedo ahora con estas palabras de uno de los protagonistas del libro, Traian, escritor él, también víctima del engranaje técnico:
“—Soy escritor —dijo Traian—. En mi opinión, un escritor es un domador. Mostrando a los seres humanos la Belleza, es decir, la Verdad, se logra amansarlos. Pero yo quiero domar a los Ciudadanos. Comencé a escribir un libro y llegué al capítulo quinto. Pero luego los Ciudadanos me hicieron cautivo y ya no pude escribir más. Y el capítulo quinto se quedó sin comenzar. Pero ahora ya no tengo razón alguna para escribirlo. No volveré a publicar libros. Y en vez del capítulo quinto quiero escribir algo capaz de domar a los Ciudadanos. Si logro hacerlo moriré con el alma en paz. Voy a leerte lo que escribo. No será una novela. Ni una pieza de teatro. Los Ciudadanos no gustan de la literatura. Para amansarlos, escribo en el único género que admiten. Son Peticiones. Los Ciudadanos no tienen tiempo para perderlo con novelas, dramas o piezas. No leen más que Peticiones” (Capítulo 123)...
Recomiendo leer estas peticiones en el libro de Gheorghiu.